30 de octubre de 2015

Consentimiento


«Es obvio que ningún animal no humano podrá nunca dar su consentimiento voluntario para ser usado en un experimento. Pero si una situación así plantea problemas morales en el caso de los seres humanos, y si intentamos dejar de lado todo prejuicio de especie, ¿no habrá de plantearlos en el caso de los animales?» ~ Jorge Riechmann


Usar a otros animales es sinónimo de explotarlos, porque al utilizarlos lo hacemos sin su consentimiento

Usar no es siempre sinónimo de explotar. Se puede usar a alguien sin explotarlo. La explotación ocurre cuando se usa a alguien exclusivamente como un medio para un fin, como si fuera un mero recurso, y no se le respeta como un fin en sí mismo. Es decir, la explotación es un tipo de uso que considera a otros seres como simple recursos para nuestro propio beneficio.

Por ejemplo, si alguien nos hace una pregunta nos está usando. Nos trata como un medio para un fin: conseguir una respuesta. Pero no nos trata solamente como un medio para un fin, si se supone que al hacerlo respeta nuestra voluntad y nuestra individualidad. Este uso no sería explotación porque no nos trata como si fuéramos un recurso. Pero si nos agrediera o coaccionara de algún modo para conseguir su respuesta entonces el uso se convierte en explotación.

En ocasiones se dice que «alguien nos utiliza» de forma despectiva, queriendo decir en realidad que alguien nos explota, es decir, que nos usa sin nuestro consentimiento. Pero el lenguaje coloquial no destaca precisamente por su rigurosidad. También sucede habitualmente que se dice que «alguien nos explota» queriendo decir que comete algún abuso concreto dentro de un uso consentido. Por ejemplo, cuando nuestro jefe no nos paga un salario justo. Esa expresión es igualmente errónea. Aunque toda explotación es un abuso, no todo abuso es explotación.

En cambio, cuando se trata de usar a otros animales esto siempre implica explotación porque se realiza sin su consentimiento o directamente contra su voluntad. Y a menudo, casi siempre, este uso implica atentar contra sus intereses básicos: su interés en continuar existiendo; su interés en evitar el daño y el sufrimiento.

Los demás animales son seres sintientes: ellos poseen conciencia de sí mismos y de lo que les sucede, tienen voluntad, intenciones, deseos e intereses propios. Ellos son sujetos. Por eso no es correcto tratarlos como si fueran objetos y usarlos como simples medios para conseguir nuestros fines. Exactamente la misma razón que descalifica la explotación de seres humanos. La especie no es moralmente relevante.

Cada animal sintiente es un sujeto de una vida. En tanto sujetos no sólo estamos vivos sino que además experimentamos nuestra vida a través de sensaciones, emociones, deseos. Esta vida es un fin en sí misma —posee un valor inherente— y no es simplemente un medio para los fines de otros individuos —valor instrumental. Por eso es injusto sacrificarla forzadamente a los deseos y las necesidades de otros como si fuera un objeto de carece de valor intrínseco.

Por tanto, aparte del daño y el sufrimiento que implica la explotación animal, el hecho de utilizar a otros animales es inmoral porque ellos no pueden dar su consentimiento. No solemos reparar en este punto porque nuestra cultura especista ha cosificado a los demás animales hasta el punto de que ya ni siquiera pensamos que otros animales tienen su propia voluntad personal y que nosotros debemos respetarlos.


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Si entendemos que es moralmente erróneo utilizar a otros humanos sin su consentimiento entonces no hay razón que justifique una consideración diferente cuando se trata de otros animales. Como acertadamente señalaba el profesor Tom Regan:

«Lo que es cierto de los humanos incapaces —esos seres humanos, repitámoslo, que aunque han conocido lo que prefieren, no pueden dar ni negar su consentimiento— lo es asimismo de los chimpancés y de otros animales como ellos en los aspectos pertinentes, suponiendo, como aquí suponemos que no puedan dar o negar su consentimiento informado.» [Tom Regan, Ganancias mal adquiridas, 1993]

Los demás animales no pueden dar consentimiento a que los usemos. Por tanto, cualquier uso que hagamos de ellos ya es un abuso.

El consentimiento implica:

[1] Igualdad entre las partes: una no puede estar en disposición de aprovecharse de la otra.

[2] Voluntad libre para decidir: no ser coaccionado ni forzado.

[3] Comprensión consciente de lo que implica la situación: poseer un conocimiento pleno de lo que se está haciendo y todo lo que implica.
Ninguno de esos requisitos puede darse entre humanos y no-humanos.

Los animales no humanos no han dado consentimiento para ser utilizados por nosotros. Ellos no lo han decidido por sí mismos. Los humanos decidieron por ellos y luego los no-humanos tuvieron que someterse por la fuerza.

Lo que hacemos los seres humanos es coaccionar a los no-humanos para que estos hagan algo a cambio de darles comida, cobijo o de evitarles un castigo. Los no-humanos ciertamente tienen noción de que están sometidos a la autoridad humana y actúan por miedo o motivados por el dolor que les causamos.

Pero suponer que ellos consienten simplemente porque ceden ante la imposición de los humanos es exactamente lo mismo que decir que los esclavos humanos consienten su esclavitud simplemente porque muchos acceden a trabajar para evitar represalias o porque están coaccionados por sus explotadores y no pueden optar a otra cosa. Ellos no decidieron ni consintieron esa situación. Están forzados a ella para beneficio de otros que los han sometido. 

A través de la explotación, los demás animales están sometidos al estatus de propiedad. Esta injusticia fundamental es a la que se opone el veganismo y el movimiento de liberación animal.