31 de diciembre de 2013

La banalidad del mal



El hecho de que muchos seres humanos normales y corrientes sean capaces de cometer crímenes y atrocidades en determinadas circunstancias es achacado por algunos a una supuesta maldad intrínseca en la naturaleza humana. Sin embargo, tal cosa no está demostrada, y otros consideramos que esto ocurre sobre todo debido a la educación y el ambiente en que vivimos. 

La filósofa Hanna Arendt acuño la expresión «banalidad del mal» como concepto para explicar por qué y cómo sucedía que personas mentalmente equilibradas, integradas en la sociedad, y que no estaban incapacitadas para la empatía ni el razonamiento moral, pudieran participar en sucesos terribles y asumirlo como algo aceptable y normal. Arendt utilizó el caso de Adolf Eichmann para ilustrar esta terrible realidad. 

Podemos comprobar que estamos inmersos en una cultura de la violencia que nos dice que los fines justifican los medios. Esta ideología nos lleva a cometer actos que en el fondo sabemos que están mal con el objetivo de lograr esos fines que consideramos importantes, valiosos y/o necesarios. 

Aunque podamos razonar que hay principios éticos básicos —como el respeto por el valor inherente del individuo— que no deberían sacrificarse por ningún fin, esta noción moral es algo que todavía no se ha comprendido ni asimilado plenamente en nuestra cultura. Existe en permanente conflicto entre ambas posturas: la ética y el consecuencialismo.

La ideología del consecuencialismo, y sus efectos directos, la vemos muy claramente en nuestra relación con los demás animales. Consideramos que nuestros fines nos justifican en tratar a los animales no humanos como simples medios para alcanzar los fines humanos. Esta forma de pensar nos ha conducido a crear la domesticación, los criaderos, las granjas de esclavos, los mataderos, los zoos,... 

Sólo cuando rechazamos esa forma de pensar, reconociendo el valor intrínseco de los no-humanos, es entonces cuando podemos cambiar nuestra conducta y dejar de participar en esas actividades de opresión. Y no es que antes de cambiar fuéramos malvados y ahora seamos buenos de repente. Simplemente hemos modificado nuestra forma de pensar y de valorar. Los demás humanos que continúan participando en la explotación de animales no son malvados sino que simplemente no han reflexionado o no han comprendido lo que están haciendo. Es una cuestión de comprensión. 

Estoy seguro de que todos sabemos que a veces hay nociones que no comprendemos en su momento y que sólo después de un tiempo alcanzamos a entender y asimilar. La comprensión generalizada o mayoritaria de que el especismo es injusto y dañino no puede suceder de un día para otro. Progresivamente va aumentando cada día el número de personas que toman conciencia de ello y deciden actuar haciéndose veganas.

Claro que hay casos excepcionales y puntuales de individuos que son sádicos o psicópatas y hacen lo que hacen porque es inherente a su naturaleza. Pero ésa no es la realidad de la mayoría de seres humanos. La gran mayoría de seres humanos son capaces de empatizar, de aplicar el principio de igualdad, y de comprender que los demás animales son seres sintientes que merecen respeto. Otra cosa es que esta noción no esté aún establecida en nuestra sociedad, y sólo sea defendida, de momento, por el movimiento de Derechos Animales. 

Se nos educa desde niños para considerar inferiores a los demás animales, a creer que ellos existen en el mundo para satisfacer nuestras necesidades y deseos. Estamos continuamente inmersos en un ambiente cultural que reafirma esa ideología hasta el punto que ni lo advertimos como tal. Muchos consideran el antropocentrismo como algo natural sin darse cuenta que es un prejuicio ideológico, como lo es también el racismo, el sexismo, o la homofobia. Esto no son tendencias naturales inamovibles —como la ley de la gravedad— sino que son formas de pensar y de actuar que podemos comprender y modificar.

Resultados empíricos como los que aporta el experimento Milgram aportan luz a este respecto, puesto que nos ayudan a entender por qué a veces actuamos contra nuestra propia intuición moral. Quizás esto puede ayudar a entender a las personas que son especistas que ellas están actuando como los individuos que protagonizaron dichos experimento: están utilizando a otros individuos —a los otros animales— como simples medios para un fin, ignorando el daño y el sufrimiento que que les causan al hacerlo. Lo hacen porque creen que es necesario o simplemente motivados por la inercia de obedecer la autoridad, como la autoridad de sus padres que les educaron para comportarse de cierta forma o la autoridad de la sociedad y las leyes que fomentan unas conductas determinadas.

Según explica la psicóloga Jennifer Delgado

«Solemos creer que sólo las personas 'enfermas' o con determinados rasgos de personalidad pueden ser capaces de exhibir este tipo de comportamientos; sin embargo, muchas personas que podrían ser calificadas como empáticas también pueden —en ciertos contextos— comportarse de esta forma.»

Así es cómo funcionan los prejuicios grupales a nivel psicológico. Nos permiten eliminar o anular circunstancialmente la empatía para así poder discriminar y agredir a otras personas sin remordimiento. El especismo no funciona de manera esencialmente diferente del resto de prejuicios.

Cando tenemos interiorizado el especismo antropocéntrico, o antropocentrismo, no nos importa que los demás animales sientan, que sufran, que deseen vivir —nada de esto nos importa. Ellos no son de nuestra especie y con esto ya consideramos justificado utilizarlos y perjudicarlos en nuestro favor. Simplemente porque no son humanos les hacemos cosas que jamás querríamos que nadie nos hiciera a nosotros mismos o a otros seres humanos. Podemos explotar a los demás animales, a costa de su libertad y sus vidas, sin remordimiento, ignorando todo el daño y el sufrimiento que les causamos. El prejuicio del especismo nos permite anular nuestra empatía con la excusa de que ellos no son humanos. 

Toda forma de opresión que ejercemos sobre los otros animales, como es utilizarlos de comida o de sujetos forzados en experimentos, también fueron cometidas sobre otros humanos. Lo único que cambia es la especie de las víctimas que son explotadas. Pero todas las víctimas son iguales en tanto que son seres conscientes —seres que sienten, sufren y tienen voluntad e intereses propios. 

Es cierto que cambiar una creencia arraigada en nuestra mente no es tan sencillo como cambiarse de camisa. Esto es algo que necesita tiempo y dedicación. Un prejuicio es una creencia que ha sido asumida sin razonamiento y, por tanto, es más difícil de erradicar que una creencia razonada. Pero en ningún caso es imposible. De la misma forma que el racismo y el sexismo se han ido eliminando progresivamente, lo mismo ocurrirá con el especismo, si trabajamos por ello. Por ello, la tarea más importante que podemos emprender es la educación.

A mi modo de ver, la bondad o el sentido moral no son facultades que se puedan aprender ni enseñar; son inherentes a cada individuo. Sin embargo, todo el conocimiento que necesitamos para desarrollar nuestra capacidad ética sí que tenemos que aprenderlo y difundirlo. Es precisamente esa falta de conocimiento la que nos lleva a no advertir nuestro especismo y a causar todo el daño injusto que infligimos a los demás animales. No porque seamos malos ni crueles, sino porque no somos conscientes de lo que estamos haciendo. La educación, y sólo la educación, puede remediar este problema.


1 comentario:

  1. Gracias por este artículo. Estoy en el grupo de veganos que considera la mandado humana como algo inherente así es que soy poco optimista pero eso no implica que “ baje los brazos”Considero fundamental el proyecto de ley que declare a todas las especies animales como personas no humanas. No sólo a los delfines y grandes simios. Creo que debemos enfocar nuestra lucha desde varios frentes de comunicación, educación y derechos animales.

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