19 de agosto de 2012

Un necesario cambio de perspectiva


La zona del sistema nervioso responsable de generar sensaciones es idéntica o muy similar en todos los animales. Todos experimentamos emociones, tenemos intereses y voluntad propia. Por eso, a diferencia de minerales y vegetales, somos sujetos; no objetos.

Me gustaría comenzar esta nota rememorando unos hechos que en su momento tuvieron un gran predicamento dentro del ámbito animalista.

En el año 1993, un grupo de académicos publicaron un libro de ensayos titulado «El Proyecto 'Gran Simio». El libro iba acompañado de un documento titulado: "Declaración de los grandes simios". La declaración afirmaba que los grandes simios "son los parientes más cercanos de nuestra especie" y que esos nohumanos "poseen unas facultades mentales y una vida emotiva suficientes como para justificar su inclusión en la comunidad de los iguales".

Hay que recordar que en España, en el año 2006, el grupo parlamentario socialista expresó su apoyo a los esfuerzos de aquellos que promueven el reconocimiento legal de derechos para los grandes simios. La idea que hay detrás de estos esfuerzos es que debemos brindar a los grandes simios ciertos derechos fundamentales, dado que son genéticamente similares a los humanos y poseen características consideradas exclusivamente humanas, tales como la autoconsciencia, el pensamiento abstracto, las emociones y la habilidad para comunicarse mediante un lenguaje simbólico.

Dentro del generalizado apoyo que supuestamente tuvo esta iniciativa, y que hasta el momento actual no ha conseguido ningún tipo de logro real, aparecieron posteriormente voces muy críticas contra ella. La más destacada fue la del profesor y activista Gary Francione, que inicialmente había apoya la iniciativa, quien señalaba su erróneo carácter antropocéntrico y proponía un profundo cambio de perspectiva en la manera en que debemos afrontar la cuestión moral de los animales.

La idea central en el enfoque que presentaba Francione era la de que nuestro reconocimiento del estatus moral y legal de los animales nohumanos debería estar basado únicamente en que ellos son sintientes. Ellos pueden sentir dolor y placer. Poseen voluntad y conciencia. Tienen intereses propios. No se necesita ninguna otra característica más que ésa. 

La idea de que el estatus moral requiere de ciertas características intelectivas, tales como la racionalidad, el pensamiento abstracto o la habilidad para usar el lenguaje, incurre en una falacia de petición de principio y no se puede justificar racionalmente.

Incluso si asumimos que los demás animales no poseen estados de intención equivalentes —una suposición que es en sí misma cuestionable bajo la teoría de la evolución, según la cual las diferencias entre humanos y no-humanos son cuantitativas y no cualitativas— ¿por qué se supone que esas diferencias aportarían un valor mayor en un sentido moral? Es decir ¿por qué la habilidad para las matemáticas o el uso de comunicación simbólica, es moralmente mejor que la habilidad para volar, respirar bajo el agua o cualquier otra característica que algunos no-humanos poseen y los humanos no?

Partimos ya de la base de que nuestras habilidades son moralmente más valiosas que sus habilidades. Sin embargo, no existe ninguna justificación para defender esta postura excepto que nosotros lo decimos así y es en nuestro interés hacerlo de ese modo.

Además, incluso si todos los animales no humanos carecieran de una particular característica cognitiva, más allá de la capacidad para sentir, o la poseyeran en menor grado o de forma diferente a los humanos, esa diferencia no podría justificar que los tratemos como objetos, dado que ellos no son objetos, sino que son sujetos.

Puede ocurrir que las diferencias entre humanos y no-humanos sean relevantes para otros propósitos. Por ejemplo, nadie defiende que los no-humanos puedan conducir automóviles o participar en la política. Del mismo modo que nadie defiende que a todos los humanos sin distinción se les permita hacer tales cosas.

Sin embargo, tales diferencias no guardan relación ni justifican el uso de nohumanos como alimento o en experimentos. Esta apreciación queda clara cuando hablamos únicamente del ser humano. Cualquier característica que identifiquemos como exclusivamente humana en realidad será también poseída en menor grado por algunos humanos y estará completamente ausente en otros. Y resultará que algunos humanos tendrán exactamente la misma carencia que atribuimos a los no-humanos. Esta carencia en algunos seres humanos puede ser relevante para algunos propósitos, pero no para el hecho de esclavizarlos o de tratarlos como mercancías o recursos sin valor moral inherente.

Consideremos la característica de la autocosciencia. Necesariamente todo ser sintiente debe ser autoconsciente en algún grado,  porque ser sintiente significa ser la clase de individuo que reconoce que es ese individuo, y no ningún otro, el que está experimentando placer, dolor, alegría o angustia. Tal y como argumentó en su trabajo el biólogo Donald Griffin; si los animales son conscientes de algo entonces el propio cuerpo del animal y sus acciones deben quedar dentro del ámbito de su consciencia perceptiva y, por tanto, negar a los demás animales algún grado básico de autoconsciencia supondría una restricción arbitraria e injustificada.

Cuando un animal experimenta una sensación, cuando, por ejemplo, siente dolor, experimenta un estado mental que le dice: "este dolor me está ocurriendo a mí". Para que la sensación pueda existir, algún ser consciente debe percibir que le está ocurriendo a él, y debe preferir mantener o evitar dicha sensación. 

Pero incluso si requerimos la autoconsciencia en el sentido, peculiarmente antropocéntrico, de aquella habilidad para reflexionar mediante pensamientos, entonces muchísmos seres humanos, tales como bebés, ancianos seniles, o aquellos humanos que padecen discapacidad mental severa —los cuales carecen de dicha autoconsciencia intelectiva— quedarían automáticamente excluídos de la consideración moral, igual que excluímos a otros animales, por supuestamente carecer de ese tipo de autoconsciencia.

La carencia del tipo de autoconsciencia que atribuimos a adultos humanos normales puede ser relevante para algunos propósitos. Podemos, por ejemplo, no estar dispuestos a aceptar que una persona con discapacidad psíquica grave conduzca un vehículo de motor. Sin embargo, la carencia de este tipo de autoconciencia en ciertos humanos no guarda relación con determinar si deberíamos, por ejemplo, usarlos en experimentos biomédicos sin su consentimiento y para beneficio de otros. 

Sea cual sea la característica que elijamos, algunos humanos la poseerán en menor grado que algunos no-humanos e incluso algunos humanos presentarán una carencia absoluta de la misma. La carencia de esta característica puede ser relevante para algunos propósitos, pero no justifica el trato de un ser humano sintiente como un objeto cuyos intereses fundamentales pueden ser ignorados si nos beneficia hacerlo.

El principal error de la perspectiva que hay detrás del Proyecto Gran Simio, y de cualquier otra iniciativa similar, es la idea de que los únicos animales que importan moralmente son aquellos que son "como nosotros los humanos". Sin embargo, no existe una justificación lógica para llegar a esa conclusión.

De hecho, la única justificación que podemos ofrecer para justificar nuestra explotación sobre los demás animales es que nosotros somos humanos y ellos no. Pero esta afirmación es similar a la que arguye que nosotros somos blancos y ellos no; o que nosotros somos hombres y ellas no; o que nosotros somos heterosexuales y ellos no. 

En resumen, el especismo —la discriminación de individuos de la comunidad moral en base a una diferencia de especie— no posee mejores fundamentos que el racismo, el sexismo o la homofobia.

A menudo afirmamos que nos tomamos en serio a los demás los animales y sus intereses, y aseguramos que está mal infligirles daño o sufrimiento innecesario. Sin embargo, la inmensa mayoría del uso que hacemos de los animales no puede ser calificado como "necesario" en ningún sentido coherente de la palabra. No es necesario comer animales ni cazarlos ni usarlos como entretenimiento. Y no podemos justificar moralmente nuestro uso de animales no humanos en el campo de la experimentación porque nunca creeríamos apropiado que, en ese campo, se utilizaron a aquellos humanos que están en condición mental o física similar a los no-humanos.

Por supuesto que debemos abolir la explotación que hacemos de los grandes simios, pero las bases morales de esta postura no tienen nada que ver con el hecho de que sus mentes sean "similares a las nuestras" en algún sentido antropocéntrico. Un perro o un caballo adulto es claramente un animal más racional, además de un animal más comunicativo, que un bebé humano de un día, de una semana o incluso de un mes. Pero aun suponiendo que no fuera así, ¿qué diferencia supondría? La cuestión no es si pueden razonar o cuan inteligentes son. La única cuestión que importa es si pueden sentir.

En julio de 2012 una serie de acádemicos, entre los que se encuentra Stephen Hawking, han firmaron una declaración pública, «La Declaración de Cambridge», en la que reconocen que los animales no humanos sintientes —más específicamente mamíferos y aves y pulpos aunque sin excluir a los demás animales— son seres conscientes y que este hecho tiene, y debe tener, implicaciones morales y legales. 




Esto significa que ya se ha producido un verdadero cambio de perspectiva. Ya no se trata de cuán parecidos a nosotros los humanos son otros animales, ya se trate de similitud genética o la capacidad de inteligencia. Se trata específicamente de reconocer que el hecho diferencial es la capacidad de sentir: la capacidad de experimentar sensaciones. Y ésta es la única razón que justifica la inclusión en la comunidad moral.

Si los demás animales son seres conscientes entonces este hecho tiene implicaciones morales. Si son individuos con voluntad e intereses propios entonces son sujetos; no son objetos. Por tanto, deberíamos tratarlos como personas y no como objetos. 

Ese reconocimiento implicaría necesariamente dejar de considerarlos como nuestra propiedad, como recursos; pasando a respetarlos como sujetos con derechos básicos, como es el derecho fundamental de no ser esclavos.

14 de agosto de 2012

Una controversia inapropiada



Existe un controvertido debate sobre si consumir ciertas sustancias de origen animal [carne, lácteos, huevos, miel] son convenientes para la salud humana. Entiendo que este debate es problemático al menos en dos puntos básicos:

[1] Es una controversia que favorece el ignorar deliberadamente que para obtener esas sustancias es necesario esclavizar y asesinar a otros animales.

[2] Se malgasta un valioso tiempo y energía que podrían ser aprovechados para reivindicar que no debemos explotar a los demás animales y explicar que una dieta vegana es fácil de llevar y saludable para todos.

Bajo mi punto de vista, una respuesta vegana a esta controversia debería primero dejar muy claro que utilizar a otros animales como comida es inmoral —éticamente injustificable. Y en el apartado nutricional debería centrarse en explicar que una alimentación vegana es sana para todas las etapas y circunstancias de nuestra vida.

Ahí debería terminar el asunto.

Resulta un tremendo error moral entrar en debates sobre si consumir animales es perjudicial o beneficioso para nuestra salud porque hacer esto ignora deliberadamente la cuestión moral y favorece la mentalidad antropocentrista.

Y también sería un error, por la misma razón, el comparar las virtudes nutricionales de las sustancias de origen animal con las de origen vegetal, poniendo en una misma categoría el producto de una injusticia [carne, lácteos, huevos, miel] y el producto de un simple cultivo agrícola [tomates, nueces, trigo, alubias,...].

La gente consume animales porque no ve ningún problema ético en ello. También porque están convencidos de que necesitan hacerlo para obtener los nutrientes. No obstante, lo primero se puede solucionar mediante la concienciación moral. Y lo segundo se solucionaría informando correctamente sobre cómo obtener los nutrientes que necesitamos sin recurrir a sustancias de origen animal. Luego en ningún caso veo apropiado ni justificado hablar de los supuestos perjuicios que tiene el consumo de animales. Y esto vale en general para todo producto que provenga de la esclavitud de los animales no humanos.

Otro ejemplo habitual que incurre en la misma visión cosificadora de los animales —que supone que los veganos tratamos de erradicar— sucede cuando comparamos los nutrientes que tiene un trozo de cadáver o una secreción animal con los que tendría un determinado vegetal. Este planteamiento es claramente un error. ¿Cómo vamos a conseguir dejar de ver a los demás animales como objetos si al mismo tiempo seguimos fomentando que sean incluidos en la categoría de comida en lugar de desafiar esta situación? No tiene ningún sentido. Del mismo modo que no es moralmente correcto comparar los nutrientes que tiene la carne humana con los que tendría un vegetal —puesto que no es correcto utilizar a los seres humanos como comida— por la misma razón tampoco es correcto hacer eso mismo con otros animales.

En ocasiones, para intentar justificar ese tipo de perspectiva que estoy criticando aquí, se utiliza la excusa de que en general a los seres humanos no les importan los demás animales, y por lo tanto, hay que usar otros métodos diferentes a la concienciación moral, aunque no sean éticamente correctos. Sin embargo, este tipo de argumento claramente pasa por alto varios puntos importantes.

Lo cierto es que ya si partimos de la presunción de que los seres humanos por naturaleza son inevitablemente indiferentes a la ética entonces no parece que tenga mucho sentido que dediquemos nuestro tiempo a concienciarles mediante la educación. Pero yo no estoy de acuerdo con que esa creencia sea un reflejo fiel de la realidad. Sé por experiencia que a mucha gente sí le preocupa lo que les hagamos a otros animales. El problema es que no lo valoran éticamente del mismo modo que se si tratara de seres humanos y piensan que la única cuestión relevante está en cómo los tratamos al utilizarlos, pero no consideran que esté mal el hecho mismo de que los utilicemos para satisfacer nuestras necesidades y deseos.

Por otra parte, entiendo que esa creencia que afirma que los seres humanos solamente se preocupan por sí mismos, y por su propia salud, es incierta. Muchos millones de humanos consumen drogas  incluso conociendo que es perjudicial para su salud, y que también muchos llevan una dieta bastante poco saludable aun a sabiendas de que esto tiene consecuencias dañinas. Si observamos los hechos resulta que esa creencia de que en general sólo nos preocupamos, ante todo y sobre todo, por nuestra propia salud no parece coincidir mucho con la realidad.

Algunos pueden suponer que tenemos más probabilidades de ser efectivos cuantos más motivos se aporten para fomentar el veganismo. Pero sucede que la cantidad no es sinónimo de calidad ni de efectividad. Una razón sólida basada en la verdad vale infinitamente más que cien argumentos basados en meras circunstancias y especulaciones. La primera se mantendrá fuerte siempre, mientras que las demás, por muy numerosas que sean, pueden caer en cualquier momento.

Tal vez haya gente que deje de comer animales por salud o por razones medioambientales, pero eso no implica que tengan intención de mantener esa actitud en el futuro de manera indefinida. De hecho suele ser más bien lo contrario. Teniendo en cuenta que aunque llevar el veganismo a la práctica es relativamente fácil en sí mismo, ya no lo es tanto viviendo en una sociedad especista. Por tanto, si encuentran otra manera de favorecer su salud o de respetar el medio ambiente, sin tener que vivir la relativa dificultad de practicar el veganismo en una sociedad especista, probablemente eso será lo que harán por comodidad.

Además, aunque la alimentación es un aspecto fundamental, ni la salud ni los motivos medioambientales influyen a la hora de consumir lana, de asistir a un zoológico o de comprar productos de higiene con ingredientes animales. No sería justo ignorar todos esos ámbitos aunque causen menos víctimas que la industria de alimentación especista.

Hay plantas que son nocivas para nosotros, algunas incluso son venenosas. ¿Eso sería un argumento en contra de comer vegetales? Claro que no lo es. Del mismo modo, no es un argumento válido en contra del consumo de alimentos de origen animal el que algunos pudieran tener efectos perjudiciales a largo plazo. Los podemos digerir y los consumimos desde hace muchos miles de años. Es un hecho comprobado que somos omnívoros, ya que podemos nutrirnos tanto de sustancias de origen animal como vegetal.

La incidencia en la salud humana del consumo de alimentos de origen animal depende mucho de la frecuencia del consumo, de la condición del organismo consumidor, de la higiene, y de otros muchos factores. Afirmar que hay productos de origen animal que son necesariamente perjudiciales en sí mismos es falso. Los humanos llevamos consumiendo ese tipo de sustancias desde hace muchos miles de años. Ningún nutricionista riguroso puede afirmar que un cierto consumo moderado de sustancias de origen animal es necesariamente perjudicial para nuestra salud.

Todo este asunto puede quizás tener un interés científico, pero lo que aquí nos importa es la ética. Y no parece ético que nos pongamos a discutir si nos conviene a nuestra salud el comer animales del mismo modo que no es ético alegar que la razón por la que no debemos tener relaciones sexuales con menores es debido a que la ley puede castigarnos. Eso no tiene ninguna relevancia moral. La razón ética que condena todas esas prácticas se fundamenta en que ellos no pueden dar su consentimiento o porque actuamos egoístamente contra su voluntad y sus intereses. Todo lo demás es apelar a nuestro interés personal y no a la justicia imparcial.

La cuestión de consumir animales se debe enfocar al hecho de que esto implica esclavizarlos y asesinarlos. Lo cual es injusto además de innecesario.

Una cosa es decir que debemos respetar a los animales porque merecen respeto por ser seres sintientes —y explicar cómo podemos llevar sin problemas ese respeto a la práctica— y otra muy diferente es alegar como motivo para no consumir animales el que hacerlo puede afectarnos negativamente a nuestra salud o, peor aún, que eso no va acorde con nuestra fisiología. Esto último es promover el egocentrismo; no la empatía.

Lo que deberíamos hacer pues es concienciar éticamente a la sociedad y difundir la información sobre cómo llevar el veganismo a la práctica. Pero tratar de inducir miedo diciendo la gente que no coma animales porque supuestamente esto les perjudica a su salud no es correcto ni es aceptable.

En definitiva, la cuestión no se reduce solamente constatar que existe, de hecho, una indiferencia moral y una predominante mentalidad especista que considera a los demás animales como nuestros esclavos. La verdadera cuestión está en cambiar dicha situación; no en aceptarla y perpetuarla. Esto último es lo que estamos haciendo cuando, ya sea de forma implícita o deliberada, seguimos incluyendo a los animales en la categoría de comida, o de recursos en general.

La idea básica que trato de expresar es: hablar de los animales como si fueran comida —incluyéndolos dentro de la categoría de recursos para nuestro consumo— es moralmente erróneo. Si consideramos que los demás animales tienen valor moral entonces hablar de ellos como si fueran 'proteínas' o 'carne' no es compatible con reconocer su condición de personas no humanas. Si buscamos que la sociedad deje de ver a los demás animales como comida —y en general como seres inferiores que existen para nuestro servicio— tenemos no sólo que dejar de consumirlos sino también dejar de hablar de ellos como si fueran comida; como si fueran objetos. 

En resumen, pretender que la gente deje de comer animales utilizando el argumento de la salud es un planteamiento equivocado, principalmente por dos razones:

Primero; como señala la nutricionista vegana Ginny Messina, se puede estar sano comiendo animales; sólo depende de la forma en que se haga. Del mismo modo, el simple hecho de comer sólo vegetales no tiene por qué ser saludable, todo depende de cómo lo hagamos. 

Segundo; el enfoque de la salud se centra en el beneficio personal en detrimento de la cuestión ética; fomentando el antropocentrismo y el egocentrismo personal. El mensaje que lanzamos a la gente es que nuestros intereses particulares, o los intereses humanos, son más importantes y están por encima de los intereses de los otros animales.

Si el objetivo es que la gente deje de ignorar los intereses de los demás animales, y desarrolle su empatía hacia ellos, entonces al concienciarles de que lo importante no es respetar a los animales sino que lo más importante es preocuparse de su propia salud, estaríamos enviando el mensaje de que no hay problema en comer animales si eso fuera bueno para nuestra salud. Como el hecho de comer animales no es perjudicial para nuestra salud en sí mismo —sólo depende de la forma en que se se haga— entonces con el mensaje centrado en la salud le estaríamos motivando a que la gente continúe comiendo animales y a que sigan viendo a los animales como comida en particular, y en general como simples recursos para nuestro uso y beneficio.

Las buenas intenciones no son suficientes. Las buenas intenciones por sí solas, sin un criterio razonable que las encauce, pueden acabar provocando malos resultados.