30 de junio de 2012

¿Y qué pasa con las plantas?




Una aclaración conceptual

Suele suceder muy a menudo cuando se debate la moralidad acerca de nuestra relación moral con los demás animales, que aparezca mencionado el tema de las plantas. Se afirma que si en efecto debemos respetar a los demás animales, del mismo modo que queremos nosotros ser respetados —empezando por no tratarlos como propiedades o recursos— entonces debemos aplicar el mismo criterio para los vegetales en general. Para llegar a esta conclusión se suelen esgrimir tres argumentos:

[1] Las plantas son seres vivos.


[2] Las plantas forman parte de la naturaleza.


[3] Las plantas poseen la capacidad de sentir. 


Como veremos a continuación, estos argumentos son irrelevantes o son falsos, según sea el caso.


Los dos primeros argumentos son realmente fáciles de evidenciar como inválidos. La cuestión es: ¿por qué el simple hecho de que un ser esté vivo, o forme parte de la naturaleza, debería valer por sí mismo para que lo incluyamos en nuestra consideración moral?

Lo cierto es que no existe ningún argumento que justifique que la vida, o el hecho de formar parte de la naturaleza, sean características moralmente relevantes. Y si no existe ninguna razón que nos explique por qué la vida o la naturaleza deben ser moralmente consideradas por sí mismas entonces no puede haber ningún tipo de planteamiento racional al respecto.

Dejando de lado el hecho de que conceptos como vida y naturaleza son controvertidos y no existe un consenso definitivo de lo que significan ni siquiera a nivel científico, el punto central es que la razón por la que existe la ética no tiene que ver con el hecho de que estemos vivos o de que seamos parte de un ecosistema.

La ética tiene que ver con el hecho de que tenemos intereses. Y si tenemos intereses es debido a que tenemos la capacidad de sentir. Esto sí es el hecho moralmente relevante: el hecho de que experimentamos sensaciones [percepciones subjetivas] de que tenemos deseos y preferencias.

Todas las diferentes teorías éticas, por mucho que se diferencien entre ellas, siempre apelan de un modo u otro a los intereses de los individuos.

Considero que el biocentrismo sería una postura racionalmente insostenible. La vida no es un criterio racional para determinar la consideración moral, ya que la ética es por definición la consideración y protección de intereses. La vida por sí sola carece de intereses. Para tener intereses es necesario poder sentir. Un interés es una disposición de ánimo inclinada a satisfacer un objetivo concreto. Los únicos seres que tienen intereses son los individuos con capacidad de sentir.

Por lo tanto, la diferencia biológica moralmente relevante entre los animales sintientes y las plantas está en la sintiencia.

Los seres sintientes somos seres conscientes, seres con una mente, que tenemos voluntad, deseos e intenciones. Si bien, pueden existir diferencias específicas en la forma de sentir. Por ejemplo, nosotros los humanos dependemos mucho de nuestro sentido de la vista, mientras que otros animales son casi ciegos y perciben el mundo sensorialmente a través del olor o del sonido. Pero estas diferencias no son relevantes. Todos igualmente sentimos, experimentamos sensaciones, y tenemos los mismos intereses básicos. Intereses como el deseo de vivir y de disfrutar, así como el interés en evitar el daño y la muerte.

La confusión entre sensorialidad y sensibilidad

Existe una diferencia cualitativa muy notable entre animales y plantas. Los animales que poseen sistema nervioso activo son seres que sienten. Mientras que las plantas pueden estar vivas, pero no sienten. Las plantas carecen de la capacidad de sentir. No tienen neuronas ni poseen sistema nervioso, ni ningún órgano similar que pueda ejercer la función de sentir. Por tanto, estaría más allá de cualquier posibilidad racional el plantear que las plantas puedan sentir. Simplemente no existe ningún tipo de prueba, evidencia o argumento que apunte en este sentido. Suponer que las plantas pueden sentir no es más razonable que suponer que el agua o las piedras pueden sentir.

Es cierto que una planta puede responder a estímulos y puede moverse. Pero esto no es prueba ni sinónimo de la capacidad de sentir. Las máquinas artificiales que construimos también pueden responder a estímulos y moverse, pero esto no implica que puedan sentir.

Las plantas pueden percibir pero no pueden sentir. Lo contrario sería confundir la sensibilidad [o sintiencia] con la sensorialidad. Son dos conceptos diferentes que hacen referencia a dos fenómenos distintos. Las plantas pueden tener sensorialidad pero carecen de sensibilidad. Los animales poseen sensorialidad pero además poseen también sensibilidad, que es a lo que llamanos sentir o sintiencia.

Las plantas pueden percibir estímulos del exterior y reaccionar ante ellos, claro. Eso también lo pueden hacer muchas máquinas, como los termómetros, por ejemplo. Nada de eso evidencia que puedan sentir, es decir, que puedan experimentar sensaciones, emociones, sentimientos, deseos; que sabemos que otros animales sí experimentan porque poseen un sistema nervioso centralizado que de forma análoga al nuestro realiza las funciones que están asociadas a la existencia de sensaciones.


La sintiencia implica que un organismo puede procesar percepciones en forma subjetiva y transformarlas en sensaciones. Para poder hacer esto es necesario disponer de neuronas organizadas mediante un sistema nervioso. Por eso la comunidad científica ha rechazado la idea de que las plantas puedan sentir, porque esa hipótesis carece de cualquier respaldo físico material que lo pueda hacer posible. Las plantas no tienen neuronas, no tienen sistema nervioso ni ningún órgano que pueda realizar la función de procesar e integrar sensaciones.

Las supuestas pruebas de que las plantas puedan sentir sólo son evidencias de su capacidad reactiva a determinados estímulos. Eso es casi como decir que el agua puede sentir porque reacciona al frío y al calor y, por tanto, el agua puede sentir. Es absurdo, tanto desde el punto de vista conceptual como desde el punto de vista empírico. Tan absurdo como suponer que las plantas sienten sólo porque reaccionan mecánicamente a determinados estímulos y careciendo de cualquier órgano que pueda procesar e integrar perceciones en forma subjetiva.


Sentir es un fenómeno peculiar que significa la facultad de experimentar sensaciones y la aparición de la conciencia. Las sensaciones son la base de los deseos y los intereses. Pero las plantas no tienen intereses porque para tener intereses es necesario disponer de la capacidad de sentir. Interés es sinónimo de deseo, y para desear tiene que haber alguien que desee algo. Pero las plantas no poseen la capacidad de experimentar sensaciones y por lo tanto carecen de conciencia o autoconciencia. Tal y como recuerda el biólogo Javier Fuertes:

«No hay que olvidar que las plantas carecen de cerebro y por tanto de conciencia, no deciden activamente realizar una acción u otra, simplemente reaccionan a ciertos estímulos cuando poseen los receptores apropiados»

No existe ninguna evidencia comprobada de que las plantas posean un sistema nervioso ni nada que se le parezca remotamente. Es cierto que las plantas actúan mecánicamente para conseguir alimento [luz, agua, minerales,..] y por eso algunos científicos han querido atribuirles "inteligencia", pero esto no implica que tengan la capacidad de sentir. 

El simple hecho de que un elemento reaccione ante estímulos no significa que sienta. El agua también reacciona moviéndose al calor y al frío; pero el agua no siente. El termómetro también reacciona ante los cambios de temperatura, pero los termórmetros no sienten. Las plantas reaccionan ante estímulos así funcionan los tropismos— pero no experimentan sensaciones.


Las plantas carecen de sistema nervioso. Tampoco poseen ningún sistema equivalente o similar. Por supuesto que sus células perciben, pero no hay ninguna evidencia o argumento que indique que pueden sentir.

Por tanto, si las plantas sintieran por el mero hecho de reaccionar a estímulos, entonces habría máquinas que también podrían sentir en tanto que perciben sonidos y reaccionan a ellos. En realidad eso no sería más que una forma retórica y errónea de hablar. ¿Acaso el agua también oye dado que reacciona a las ondas sonoras y se mueve de acuerdo al impacto en que las recibe? Es obviamente absurdo. Se trata de mera retórica efectista y uso incorrecto del vocabulario básico.

Sentir significa poder experimentar sensaciones, emociones, sentimientos, deseos. Es la capacidad de tener experiencias subjetivas. Esto es sentir. Las plantas carecen de esta capacidad ya que no disponen de un sistema nervioso que pueda procesar percepciones en forma subjetiva. La comunidad de neurocientíficos ya ha aclarado que no es correcto hablar de la existencia de una supuesta conciencia en plantas.

Así pues el error de base consiste en confundir la sensibilidad con la homeostasis, que es el mecanismo biológico por el cual los seres vivos tratan de conservarse a sí mismos, y  con la sensorialidad, que es la capacidad de percibir estímulos externos y reaccionar a ellos. Ni la homeostasis ni la sensorialidad implican sensibilidad o sintiencia. Hay máquinas eléctricas que poseen sensorialidad, como es el caso de los termostatos que perciben la temperatura del ambiente, pero aunque los termostatos perciben la temperatura no sienten ni calor ni frío porque no pueden sentir; lo mismo sucede con las plantas.

La percepción por sí sola no implica necesariamente sensación

Las plantas no sienten porque no procesan la percepción en forma subjetiva, es decir, en forma de sensación. No tiene órganos auditivos ni visuales ni ningún sistema incorporado en el que se puedan procesar las percepciones en forma consciente. Reaccionan de acuerdo a un programa biológico que es idéntico a procesos fisiológicos no-conscientes como son la respiración, la digestión y la homeostasis térmica. Todos los seres vivos reaccionan ante estímulos como parte de su procesos de homeostasis.

Afirmar que las plantas sienten es equivalente a decir que el agua tiene memoria. Pero ni las plantas sienten puesto que carecen de sistema nervioso y de neuronas que procesen las percepciones en forma de experiencias subjetivas, ni tampoco el agua tiene memoria, por la misma razón: carece de cualquier sistema u órgano que tenga la capacidad de crear recuerdos.

Hay plantas que reaccionan de forma según la intensidad y la frecuencia del calor o del sonido. Hay máquinas que pueden realizar la misma función. Por ejemplo, algunas máquinas son capaces de detectar sonidos, y también son capaces de diferenciar entre ellos y reaccionar de forma específica a cada sonido diferente.

¿Significa eso que oyen? ¿Significa que sienten? La respuesta es no. Esto sólo indica que poseen la habilidad de percibir frecuencias acústicas y que tienen una programación para reaccionar a dichas frecuencias. Esto no significa que oigan. Hay aparatos capaces de detectar sonidos en distintas frecuencias, y reaccionar de forma distinta a a cada uno de ellos, pero esos aparatos no oyen, no experimentan sonidos. Ahora, alguien puede decir que "oyen" en sentido retórico —igual que las plantas— de la misma manera que decimos expresiones como "las paredes oyen", pero todo esto es un uso retórico del lenguaje.

La idea de que las plantas sienten no tiene que ver con la ciencia

En la neurociencia no se estudia a las plantas, porque no hay nada que estudiar ahí en terminos neurológicos. No hay fundamento biológico en las plantas que posibilite la aparición de conciencia sensitiva. Como señalaba el neurocientífico Antonio Damasio, no es posible poder sentir sin la posesión de un sistema nervioso:

«Las plantas reaccionan frente a muchos estímulos: la luz, el el agua y los nutrientes. Algunas personas entusiastas incluso creen que las plantas reaccionan ante amables palabras de ánimo. Pero parece que carecen de la posibilidad de ser conscientes de un sentimiento. El primer requisito para sentir, pues, procede de la presencia de un sistema nervioso.»

Lo que hace la ciencia es estudiar los mecanismos biológicos de adaptación de determinadas plantas que reaccionan ante los cambios del medio en el que viven. Esto no es sintiencia sino homeostasis. Ciertamente la sintiencia se puede considerar una herramienta homeostática es decir: destinada a la conservación del organismo animal pero la homeostasis no implica la sintiencia.

Cuando hablamos de sentir estamos indicando un tipo de fenómeno singular que se produce cuandovemos una imagenoímos un sonido, saboreamos una sustanciaolemos una fragancia, experimentamos placer o sentimos dolor; cuando tenemos hambre o sed;... Asimismo todo aquello que denominamos como deseos o intenciones estaría incluido en la sintiencia. Si experimentamos el deseo de ir a lugar concreto, o de huir de un determinado acontecimiento; esto también forma parte del sentir.


Sentir significa ser consciente de una percepción que se ha producido en nuestro organismo. Nuestras células procesan cientos o miles, quizás millones, de percepciones constantemente que recibe del exterior y del propio organismo. Pero estas percepciones no son conscientes. Nosotros no las sentimos. La percepción no equivale automáticamente a la conciencia. Antes de que sintamos dolor han habido toda una serie de procesos y dichos procesos han activado que han surgir la sensación.

El cuerpo procesa percepciones [es decir: información] constantemente. Pero no sentimos nada de aquello porque esa percepciones no son transformadas en sensacionesDe lo contrario, estaríamos sintiendo todas las percepciones que se producen en nuestro organismo.  ¿Acaso alguno de mis lectores está sintiendo como le crece el pelo? ¿O cómo fluye su sangre? ¿O cómo sus pulmones se pliegan y se expanden?


La conciencia sólo abarca un tipo específico de percepción que es la percepción subjetiva. Esta forma peculiar de percepción necesita de la actividad de las neuronas aferentes o sensitivas.


Hay un complejo entramado fisiológico por el cual poseemos la capacidad de sentir: experimentar sensaciones, emociones, deseos, sentimientos. Esto es la conciencia sensitiva. Para ello se necesita el sistema nervioso, del cual carecen las plantas y sólo se encuentra en los animales.

La supuesta sintiencia en las plantas no afecta al veganismo

Ahora bien, imaginemos por un momento que fuera cierta la suposición de que las plantas sienten —del mismo modo que podemos imaginar que el agua tiene memoria o que los humanos podemos alimentarnos simplemente mirando al sol cada cierto tiempo. ¿Qué pasaría en ese caso? ¿Qué cambiaría respecto del veganismo? Pues en realidad no cambiaría nada. 

La cuestión empírica sobre cuáles seres son sintientes no afecta al criterio moral. Los seres sintientes siguen siendo, por lógica, los únicos seres que tienen valor intrínseco, y esto implica necesariamente que debemos respetarlos como fines en sí mismos y nunca tratarlos como simples medios para nuestros fines. Por otra parte, desde el punto de vista práctico, la aplicación global del veganismo supone un menor impacto medioambiental, es decir, matar muchísimas menos plantas, que una sociedad basada en la explotación de animales no humanos.

¿Acaso que las plantas sintieran significa que el canibalismo estaría justificado? ¿Que no habría ningún problema en usar de alimento a seres humanos? Argumentar que si las plantas sienten entonces no hay problema moral en comer animales valdría igualmente 
para justificar el canibalismo.

Aunque las plantas sintieran, lo cual no es el caso, el veganismo seguiría siendo igualmente la única postura ética razonable. Lo cierto es que eso no cambiaría nada a efectos morales o prácticos, salvo algunas medidas específicas como el de intentar preferenciar el consumo de frutos frente al consumo directo de vegetales.

Además, la práctica del veganismo supone actualmente causar un daño muchísimo menor a la vegetación que el daño que causa la explotación animal, puesto que el veganismo eliminaría todas las millones de hectáreas que se cultivan actualmente para alimentar a los animales utilizados como ganadería.




Suponer que las plantas sienten no sería un argumento en contra sino a favor del veganismo, dado que la práctica del veganismo implica reducir el número de plantas destruidas.

La vida por sí sola no posee valor moral

No hay ninguna razón que expliqué por qué debamos respetar a las plantas por sí mismas. Sólo los seres que sienten merecen consideración moral porque son los únicos que poseen conciencia e intereses. Sólo ellos pueden ser sujetos de consideración porque, para empezar, sólo ellos pueden ser sujetos, es decir, poseen subjetividad; una de las características esenciales de la sintiencia. Ésta es la razón por la que no sería moralmente aceptable explotarlos, es decir, tratarlos como nuestra propiedad, como meros recursos para alcanzar nuestros fines, ignorando así su voluntad y sus propios intereses. 

Alguien puede por este motivo acusarnos de estar discriminando a los vegetales, por sí mismos, de nuestra consideración moral. Y efectivamente así es. Pero, como hemos visto, esto no tiene nada de incorrecto. El problema es que el término discriminación tiene una injustificada connotación negativa. Hay discriminaciones que son moralmente correctas mientras que hay otras que no lo son en tanto que vulneran un principio ético.

No conozco ningún argumento que justifique que la vida sea un criterio de consideración moral. Un ser humano con muerte cerebral ya no es considerado un persona aunque el resto de su cuerpo siga vivo y funcionado igualmente. ¿Por qué? Porque no hay nada que considerar ahí, ya no hay una mente que pueda experimentar sensaciones y otras experiencias subjetivas. No hay deseos ni intenciones ni pensamientos. La característica relevante para la consideración es la sensibilidad o sintiencia. Sin sensibilidad no puede haber intereses ni preferencias. La vida por sí sola no es más que un proceso dinámico regido por la homeostasis pero que no tiene conciencia alguna. La vida en sí misma no posee un valor intrínseco porque carece de la capacidad de realizar valoraciones, ya que esta capacidad requiere de la existencia de una conciencia sensitiva que distinga entre la experiencia del dolor y del placer, entre la experiencia de desear algo y de rechazar algo.

Ahora bien, comprender que las plantas no son seres que merezcan consideración por sí mismos no significa que estemos libres de cualquier tipo de obligación moral en relación con las plantas. Es decir, esto no implica que siempre esté bien hacer lo que nos venga en gana con un vegetal. Por ejemplo, si vemos un árbol en el bosque y queremos talarlo debemos tener en cuenta que en ese árbol pueden estar viviendo otros animales. Nuestros acciones sobre los vegetales pueden afectar directamente a otros seres sintientes.

Si debemos respetar a un árbol —o cualquier otro elemento natural no sintiente— no es por el árbol mismo, sino por lo que ese árbol signifique para otros animales en relación a sus intereses. 


Los animales sintientes tienen intereses y deben ser respetados como individuos con derechos, puesto que son seres que tienen un valor inherente, por encima de cualquier valor instrumental que puedan tener. 
En cambio, las plantas no sienten ni tienen intereses, por lo que sólo importan en tanto sean importantes para los intereses de los animales. Éste sería el enfoque correcto para poder asumir el ecologismo desde una perspectiva vegana. 

Si aplicamos la lógica a nuestra moral  tendremos que concluir necesariamente que la ética básica no permite que ninguna persona puede ser tratada como una cosa, como una propiedad o recurso. Es por esto que el veganismo es un imperativo moral y una base necesaria para cualquier relación justa que establezcamos con otros animales.

No podemos justificar moralmente el hecho de tratar a otros humanos como esclavos o usarlos como comida. Pero si esto no es aceptable no se debe a que sean humanos sino a que son individuos que sienten: tienen voluntad e intereses propios. Y si no nos dejamos cegar por el prejuicio del especismo entonces aplicaremos el mismo criterio para los demás animales sintientes, sin importar su especie.

La sintiencia por sí sola es el único requisito para que cualquier animal, sin importar su especie, sea moralmente considerado como persona.

Referencias científicas:

Plant neurobiology: no brain, no gain?

https://doi.org/10.1016/j.tplants.2007.03.002

Plants
 Neither Possess nor Require Consciousness

https://doi.org/10.1016/j.tplants.2019.05.008


https://doi.org/10.1007/s00709-020-01579-w

25 de junio de 2012

A contracorriente



A contracorriente

Dr. Charles Patterson

Diciembre 2012


¿Cuántas veces hemos oído esas críticas que dicen que los activistas por los derechos de los animales andan errados y tienen las prioridades equivocadas? De esto se deduce que quienes se preocupan por los animales son reacios e incluso hostiles a los valores humanos, siendo la opresión sobre los animales la más antigua y encarecidamente defendida prerrogativa humana. Las personas que critican los derechos de los animales se preguntan ¿cómo pudiera ser que los intereses de los otros animales sean, de alguna manera, tan importantes como los problemas humanos: la guerra, la pobreza, la enfermedad, el hambre, el racismo, el genocidio?

Quienes afirman que las vidas de los animales tienen poca o ninguna importancia evidencian el profundo especismo de nuestra sociedad. Lo que están haciendo es defender el statu quo de la supremacía humana tan fervorosamente como quienes defendían la esclavitud y la supremacía blanca, cuando aseguraban que las vidas de los esclavos tenían poca o ninguna importancia.

Otra profunda convicción de nuestra sociedad es aquella que afirma que, en lo que se refiere a otros animales, el poder es lo que da la razón. El activista Steven Simmons describía tal actitud de la siguiente manera:

«Los animales son las víctimas inocentes de esa visión que dice que algunas vidas son más valiosas que otras, que los poderosos están legitimados para explotar a los débiles, y que los menos capacitados deben ser sacrificados por un bien mayor.»

Esto no es otra cosa que simple y crudo fascismo. De hecho, la mayor encarnación del fascismo, Adolf Hitler, fue quien afirmó: «Quien carece de poder pierde su derecho a vivir.» Qué irónico resulta que esta visión hitleriana esté ahora resurgiendo en los Estados Unidos en donde billones de cerdos, vacas, ovejas, pollos y otros animales inocentes son asesinados cada día porque no pueden defenderse contra el poder de la especie dominante.

La gran división entre los seres humanos y el resto de animales comenzó hace unos 11.000 años en el Oriente Medio con la denominada «domesticación» de los animales. La esclavización de bueyes, ovejas, cabras, y otros animales, dio paso rápidamente a tratar a los humanos igual que se trataba a los otros animales mediante la esclavización de seres humanos. La esclavitud supuso un considerable incremento de crueldad, opresión y conflicto en la historia humana.

Esta práctica dio paso también a la caracterización y demonización de otros seres humanos equiparándolos con animales. Los europeos se referían a los americanos nativos como bestias, lobos, serpientes. Y los africanos secuestrados y llevados a América para ser vendidos como esclavos fueron tratados exactamente como se trataba a los animales domesticados. Durante la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses descalificaban a los japoneses llamándoles monos amarillos, perros, ratas y plaga que debía ser exterminada. El proceso de demonizar a seres humanos equiparándoles con otros animales conseguía que resultara muchos más sencillo asesinarles debido a que la mayoría de los humanos han sido adoctrinados desde niños para tener poca o ninguna consideración por las vidas de los animales.

En las memorias de los supervivientes del Holocausto, la frase más reiterada es «nos trataban como a animales». Las víctimas de los nazis fueron llevadas a los campos de exterminio hacinadas en pequeños vagones, y asesinadas en serie, del mismo modo que se asesinaba a los animales en los mataderos industriales de los Estados Unidos.

La amarga pero innegable verdad es que nuestra civilización está construida sobre la explotación y matanza de los animales; y a partir de esta opresión fundamental derivan todas las demás atrocidades. El abuso hacia los animales y la destrucción de la tierra son las claves en las que residen los errores de nuestra sociedad.

Quienes defienden los derechos de los animales y luchan por la liberación animal —activistas radicales en el sentido positivo de la palabra— están incidiendo de la manera más directa y efectiva sobre las raíces de la opresión humana. Afortunadamente hay personas que tratan de afrontar la causa central del problema con su activismo. Cada una de ellas son personas heroicas, y así es como serán juzgadas en el tribunal de la historia.

Me gustaría recordar una observación que la escritora Harriet Beecher Stowe, autora de La cabaña del tío Tom, señaló hace más de un siglo. Ella dijo: «La verdadera cuestión está en tomar partido por los débiles frente a los fuertes; algo que las buenas personas siempre han hecho.»

No permitas que nadie te diga que vivir y luchar a favor de la liberación de los animales, y contra el fascismo de nuestra sociedad, no es otra cosa que la más importante y urgente labor que debemos acometer. Nada es más importante. Y no te preocupes demasiado por las quejas y las críticas. Estás yendo a contracorriente de lo que la sociedad piensa, pero así es como debe ser. Citando al escritor alemán Goethe: «El mundo solamente progresa hacia adelante gracias a quienes se oponen a él.»


Charles Patterson es autor del libro Eterna Treblinka

Texto original en inglés: Against the Current

18 de junio de 2012

Richard Dawkins y la cuestión del especismo


Ésta es la transcripción de unas declaraciones del famoso biólogo Richard Dawkins en las que reflexiona acerca de la cuestión del especismo desde un punto de vista científico y ético:

«Hoy en día vivimos en una sociedad especista. Asumimos de manera automática, sin pensarlo, sin cuestionarlo, que hay un criterio para el homo sapiens y otro criterio diferente para el resto de animales. Eso es el especismo.

Ahora bien, si rechazas el especismo estás expuesto a caer en el absurdo cuando alguien te pregunte en dónde pones el límite. ¿Debemos preocuparnos también por los vegetales porque existe una línea de continuidad evolutiva entre nosotros y los vegetales si nos remontamos lo suficientemente lejos? Te morirás de hambre si llegas a esa insistencia en el rechazo hacia el especismo.

Mi respuesta es que no debemos llegar a ese extremo. Gorilas y chimpancés se encuentran más cercanos nosotros en la línea evolutiva. No hay razón para colocar un límite determinado. Hay animales que sufren, pueden pensar, razonar, y padecer emociones, que merecen tener de nosotros una mayor consideración moral que otros animales.

Los seres humanos no es que sean como los grandes simios, sino que son grandes simios. Somos simios africanos, parientes muy cercanos de gorilas y chimpancés. Tenemos un ancestro común con los gorilas, el cual vivió hace no más de seis o siete millones de años.

En la actualidad, somos tremendamente conscientes de los peligros del racismo y del sexismo. Hace un par de siglos, el racismo era ciegamente aceptado, pero ahora hemos conseguido superar esa etapa.»

Dawkins ha criticado el especismo en diversas ocasiones pero irónicamente al mismo tiempo siguen adoptando un enfoque especista. Él piensa que la cercanía genética con nuestra propia especie, y la posesión de ciertas capacidades cognitivas habituales en los humanos normales, implica que ciertos animales merecen una mayor consideración moral que otros. Sin embargo, entiendo que ese criterio resulta ser especista y no está moralmente justificado.

Richard Dawkins suscribe la teoría del filósofo Peter Singer, quien sostiene que la capacidad de sufrir —no de sentir como tal— es el único requisito necesario para ser incluido en la consideración moral. Pero Singer también defiende que, para ser reconocido como un miembro de la comunidad moral, ellos deben tener algo más que capacidad de sufrir, es decir, que los demás animales deben tener un cierto nivel de desarrollo de sofisticación cognitiva relacionado con sus capacidades intelectuales, antes de ser considerados como sujetos de consideración moral. Según la teoría de Singer, la sola capacidad de sufrir nos exige adoptar una cierta consideración moral básica por el ser que puede sufrir, pero no conlleva reconocerlo como un sujeto moral, es decir, como un individuo que nunca debería ser instrumentalizado o tratado como un mero recurso.

Ahora bien, no existe ningún argumento que justifique que la inteligencia tenga algún tipo de relevancia a la hora de determinar el reconocimiento moral que merece un individuo. Si sostenemos que la inteligencia tiene relevancia para determinar si un individuo merecen ser reconocido como sujeto moral entonces, por obligación lógica, tendremos que aceptar el mismo criterio cuando se trate de seres humanos, y eso significaría excluir a todos los humanos que no cumplen con el desarrollo cognitivo de un adulto humano promedio [bebés, discacitados mentales, ancianos seniles] tal y como señala Gary Francione:

«Cualquier característica que identifiquemos como únicamente humana estará en un grado menor en algunas personas y en otras, completamente ausente. Algunos humanos tendrán las mismas deficiencias que asignamos a los no humanos, y aunque éstas pueden ser útiles para algunos propósitos, no tienen validez para decidir si explotamos o no a dichos humanos.»

La noción de que otros animales sólo tienen importancia moral si son como nosotros, —si son semejantes en características cognitivas tanto sensitivas como intelectivas al promedio de los seres humanos— para reconocerles una protección total frente al hecho de ser instrumentalizados, es un prejuicio antropocéntrico. Así lo explica el profesor Francione:

«Concentrarse en las características cognitivas de algunos no humanos que han sido declarado como “especiales”, es como tener una campaña por los derechos humanos concentrada en dar derechos, primero, a los humanos “más inteligentes, con la esperanza de, más tarde, extender los derechos a los humanos menos inteligentes; o como tratar a las personas que tienen sólo un progenitor negro, como si fueran mejores porque son más parecidos a los blancos. Ciertamente rechazamos ese elitismo, en lo que concierne a los humanos. De la misma forma, deberíamos rechazarlo en lo que concierne a los no humanos.»
La lógica aplicada al contexto moral nos muestra que la capacidad de sentir es la única característica relevante para la plena consideración moral. Para ser sujeto de consideración moral sólo se requiere capacidad de sentir. Todos los seres dotados de sensación son sujetos que tienen voluntad e intereses propios —son seres conscientes. Discriminar otros sujetos sólo por no ser de la misma especie que nosotros no es diferente de discriminarlos por no ser de nuestra misma raza o sexo. Pero discriminarlos por no poseer el mismo desarrollo cognitivo que tienen los humanos normales es también una arbitrariedad especista derivada de un prejuicio antropocéntrico que coloca al  ser humano promedio como la medida de todas las cosas.

Se puede tomar conciencia de la existencia y la irracionalidad del especismo, pero desgraciadamente esto no conllevar superar la perspectiva especista. En su libro «El Capellán del Diablo», Richard Dawkins critica el especismo de manera explícita:

«Para mucha gente es algo sencillamente evidente, sin discusión en absoluto, que los humanos tenemos derecho a ser tratados de un modo especial. [...] El «valor» de las vidas de los animales consiste únicamente en lo que pueda costar a su dueño —o a la humanidad en el caso de las especies escasas— reemplazarlas por otras [...] En un mundo ideal, probablemente deberíamos tener razones mejores que el parentesco para preferir, por ejemplo, la carnivoría al canibalismo. Pero el triste hecho es que, actualmente, las actitudes morales de la sociedad se basan completamente en el discontinuo imperativo especista.»

Lo curioso del asunto es que Dawkins denuncie el especismo a la vez que incurre en el mismo prejuicio que critica. A mi modo de ver, esto demuestra el tremendo poder que tiene el especismo en nuestra mentalidad. Creo que Dawkins piensa que simplemente por incluir a otros animales en la consideración moral, y por rechazar el antropocentrismo en su versión más fuerte, ya habríamos superado el especismo, pero me temo que esta conclusión no es correcta, sino que estaría incurriendo en otra versión del especismo que James Rachels denominaría como especismo cualificado Created From Animals», capítulo 5], que viene a ser lo mismo que Joan Dunayer califica como neoespecismo. Este especismo no restringe la consideración moral sólo a la especie humana pero al mismo tiempo escoge un criterio de moralidad que se basa en características cognitivas particulares de los humanos.

Como escribe el propio Dawkins: «nuestro flagrante especismo se sale con la suya». El especismo actúa como un virus mental que muta en diversas formas. Por eso tal vez podríamos hablar de especismos, porque no existe un especismo unívoco sino diversas formas en las que el especismo se presenta.

14 de junio de 2012

La igualdad


Uno de los conceptos clave que se ha defendido desde hace siglos en las reivindicaciones sociales de justicia es la igualdad. El lema de la Revolución Francesa era: «Igualdad, Libertad, Fraternidad». Desde entonces es un lugar común el afirmar que todos los individuos somos iguales, o debemos ser tratados o respetados de manera igual. El principio es definido asi de manera sucinta por el profesor Tom Regan:

«Este principio declara que los deseos, necesidades, esperanzas,'etc. de diferentes individuos, cuando son de igual importancia para estos individuos, son de igual importancia o valor sin importar quiénes sean los individuos: principe o indigente, genio o idiota, blanco o negro, masculino o femenino: humano o animal.»

La cuestión a tratar aquí es de qué hablamos cuando hablamos de igualdad en el contexto moral y por qué la igualdad es un principio moral que debemos asumir y defender, en lugar de, por ejemplo, la jerarquía. No sólo podemos sino que incluso racionalmente debemos cuestionar este punto; que entiendo que merece una respuesta razonada, no dogmática, al respecto.

El filósofo Isaiah Berlin, en un ensayo precisamente titulado «La igualdad», tuvo que reconocer que, a su juicio, el principio de igualdad no se podía fundamentar racionalmente, sino que había que tomarlo como si fuera un axioma a partir del cual derivar nuestros razonamientos morales. Pero es una conclusión con la que difícilmente puedo estar de acuerdo. Considero que la igualdad sí se puede fundamentar racionalmente, a partir de la lógica, como explicaré a continuación.

En primer lugar, la igualdad equipara dos elementos empíricamente distintos. La igualdad está basada en el principio lógico de identidad, es decir: A=A. Si tenemos un elemento A y también tenemos otro que es A, entonces podemos deducir lógicamente que son iguales: A=A, aunque podemos distinguirlos empíricamente. Así que la igualdad consiste en básicamente en identificar términos iguales dentro de un contexto en donde aparecen diferencias. Aunque cada uno de nosotros es un individuo único y diferente a los demás, hay rasgos o características en las que podemos establecer una cierta igualdad. Empezando por el hecho de que en efecto todos los seres sintientes somos igualmente individuos y tenemos los mismos intereses básicos.

Por tanto, la igualdad moral considera que aquellos elementos o características que sean iguales deben ser tratados de manera igual. Y su fundamento, como hemos visto, es la lógica. Luego aceptar la lógica implica aceptar la igualdad. No puede ser de otra manera si partimos de la idea de aplicar la lógica como criterio normativo a seguir en nuestra conducta. Claro que podemos elegir no hacerlo y guiarnos simplemente por nuestros deseos, o por lo que otros —como  la tradición o la autoridad— nos digan, sin más fundamento. En ese caso no estaríamos actuando racionalmente ni éticamente.

Apelar a la igualdad por sí sola no es suficiente. Tenemos que concretar a qué igualdad nos referimos. Cuando doctrinas como el utilitarismo, y afines, hablan de igualdad no se está refiriendo a la igualdad que expongo y defiendo en este ensayo. El utilitarismo solamente defiende que los intereses de todos los individuos sean cuantificados por igual. Esto es, si el utilitarista considera que utilizar y matar a un individuo inocente beneficiará a muchos otros individuos entonces lo justo, según el utilitarismo, será utilizar y matar a ese individuo en cuestión. Así lo defienden autores como Peter Singer. Es por esto que el utilitarismo y la explotación animal resultan compatibles.

Del mismo modo, cuando hablamos de igualdad desde una perspectiva moral antropocéntrica estamos limitando el principio de igualdad solamente a los humanos sin ninguna razón que lo justifique. El solo hecho de ser humano no es moralmente más relevante que el hecho de ser rubio o moreno. Es una cuestión genética en que nada afecta a los hechos que sí son moralmente relevantes: el hecho de ser una persona —un ser consciente que posee voluntad e intereses. Creer que la especie tiene relevancia moral es el error básico del especismo.

Por otra parte, es importante no confundir igualdad con identidad. Todos los seres conscientes son iguales empíricamente en el sentido de que todos ellos poseen la capacidad de sentir, y son iguales moralmente en el sentido de que poseen un valor inherente, pero no son idénticos, puesto que cada individuo es único y singular —incluso aunque sean muy parecidos— y poseen su propia identidad personal.

Una distorsión del principio de igualdad es la idea de que todos debemos ser forzados a ser iguales en todos los aspectos relevantes. Reconocer y asumir el principio de igualdad implica ser igualitario, pero no conduce a adoptar una posición igualitarista. Un enfoque igualitarista no considera que todos debemos ser considerados y respetados de manera igual sino que todos debemos ser de hecho iguales en todo, aunque no lo seamos. El igualitarismo no toma la igualdad como principio sino como objetivo a imponer. El problema es que el igualitarismo vulnera el principio de igualdad. Con el fin de conseguir la igualdad plena de todos los individuos en todos los aspectos, el igualitarismo está a favor de explotar a los individuos para conseguir la igualdad. Es decir, aspira a aplicar la igualdad total como fin, pero no a aplicarla a sus medios. Sin embargo, los medios deben seguir lógicamente el mismo criterio moral que nuestros fines, pues no existe ninguna razón que justificara un tratamiento distinto entre ambos.

Hay otra diferencia entre un enfoque igualitario y uno igualitarista. Poner al mismo nivel nuestros intereses básicos y los intereses básicos de los otros individuos no significa que tengamos que preocuparnos por satisfacer los intereses de los otros del mismo modo que nos preocupamos de los nuestros. Sólo significa que satisfacer nuestros propios intereses no debe implicar vulnerar los intereses de los demás. En eso consiste la igualdad cuando decimos que debemos respetar igualmente a los demás animales. Si postulamos que estimados obligados a satisfacer los intereses de otros individuos por el simple hecho de que existan, o porque tengan necesidades, lo que estaríamos defendiendo es la explotación sobre los individuos, es decir, tratar a unos individuos como simples medios para los fines de otros.

Todos los seres que poseen capacidad de sentir son personas, poseen personalidad, no son objetos —son seres sensibles, que tienen consciencia e intereses propios. Si aceptamos el principio de igualdad entonces no podemos aceptar que un individuo sea sometido o explotado por un agente moral. Si obligamos a un individuo a satisfacer, o estar supeditado a, los intereses de otro individuo estamos violando el principio de igualdad.  Por esto, la explotación de los individuos —incluyendo obviamente esa forma concreta de explotación que es la esclavitud — es una injusticia que no puede justificarse ni excusarse de acuerdo con la ética, si entendemos la ética como un sistema normativo puramente racional.

En definitiva, los puntos que más me importa resaltar son: [1] Que la igualdad, tal y como se expone aquí, debe ser aceptada si uno acepta la lógica y la razón; [2] Que la igualdad no implica forzar que todos seamos iguales en aquello en que no lo somos, sino que solamente implica reconocer que debemos ser considerados y respetados en aquello que de hecho somos iguales; [3] Que la igualdad no se aplica solamente a los intereses de los individuos sino a la consideración de los individuos en cuanto tales: mas propiamente en cuanto personas.

Para una exposición más detalla sobre el principio de igualdad en el contexto animalista, recomiendo vivamente la lectura del libro «Introducción a los Derechos Animales» del profesor Gary Francione.