10 de mayo de 2010

El triunfo de la incoherencia: una crítica a Jesús Mosterín



El filósofo Jesús Mosterín se ha destacado por reivindicarse como defensor de los animales y opositor a la crueldad contra ellos. En este ensayo criticaré de manera concisa su postura al respecto.

Mosterín escribió recientemente un artículo sobre la cuestión de la tauromaquia titulado «El triunfo de la compasión» en el que trata de rebatir los argumentos usados por los defensores de la tauromaquia. Él señala que esos argumentos son incoherentes porque distinguen injustificadamente entre humanos y animales:

«Los defensores de la tauromaquia siempre repiten los mismos argumentos a favor de la crueldad; si se tomaran en serio, justificarían también la tortura de los seres humanos.»

El problema, como veremos a continuación, es que la posición de Mosterín incurre en la misma discriminación injustificada y, además, se basa en argumentos que consideran aceptable el uso de animales para consumo humano. Argumentos que, en el caso de ser válidos, también servirían para justificar el uso de animales para diversión que él dice rechazar, así como toda clase de abusos contra seres humanos y otros animales.

En efecto, Mosterín no considera reprobable que utilicemos a los demás animales para nuestro beneficio, incluso si esto implicara quitarles la vida. Él sólo se opone a hacerles sufrir y, especialmente, a infligirles 'torturas'. Por eso dice Mosterín en una entrevista que es coherente, desde su punto de vista, oponerse a la tauromaquia y al mismo tiempo apoyar el consumo de animales:

«¿Resulta contradictorio estar en contra de las corridas de toros (o a favor de los derechos de los animales) y consumir carne para alimentarnos?

No. Una cosa es oponerse a la tortura y otra a la muerte sin dolor. Todos los vegetarianos se oponen a las corridas de toros, pero no hace falta ser vegetariano para oponerse a ellas; basta con estar en contra de la tortura.»

Mosterín defiende el consumo de animales. Sin embargo, los seres humanos no necesitamos consumir a otros animales para vivir y tener buena salud. Mosterín consume cadáveres y secreciones de animales que han sufrido tanto o más que lo que ha sufrido, por ejemplo, un toro asesinado en un plaza.

Mosterín se opone a que los animales sean matados en una plaza de toros, pero, al mismo tiempo, Mosterín da dinero para que degüellen animales en un matadero para que el pueda comer trozos y secreciones de sus cuerpos.

¿Cuál se supone que es la diferencia para los animales víctimas de ambos actos? En ambos casos sufren terriblemente y se violan sus intereses básicos: su deseo de vivir y de que no les hagan daño.

¿Cuál es la diferencia moral para los seres humanos? En ambos casos se trata de una actividad que es innecesaria y también es injusta. Es injusta porque no es correcto actuar sobre otros individuos en una forma en la que no querríamos que nadie actuara sobre nosotros. La ética se basa en el principio de igualdad. Sin igualdad no puede haber ética. Sin igualdad solo habrá opresión de unos en beneficio de otros.

No habría pues diferencias relevantes entre aquello que Mosterín condena —la tauromaquia y demás formas de entretenimiento a costa de los animales— y aquello que defiende y apoya —la ganadería y otras formas de explotación animal.

En el mismo artículo que mencionaba al comienzo de este ensayo, señalaba el propio Mosterín en contra de los argumentos taurinos que «¿aceptarían estos taurinos que a ellos se les aplicara el mismo razonamiento?» Del mismo modo podríamos objetar: ¿Aceptaría Mosterín que le aplicáramos el mismo criterio que él aplica a los otros animales? Él opina que está bien que utilicemos a los animales siempre que no los torturemos, por eso considera que está bien comer animales siempre que no les cause demasiado sufrimiento. ¿Aceptaría ese mismo criterio para los humanos? Con ese mismo criterio podríamos justificar el canibalismo, alegando que para usar a humanos de comida no es necesario torturarlos.

En su libro «Vivan los animales» Mosterín tampoco expone objeción al hecho mismo de que utilicemos y consumamos animales. Al contrario, es una actividad que él apoya claramente:

«Los humanes [seres humanos] hemos seleccionado artificialmente razas de animales —como las gordas vacas lecheras o los cerdos de granja— inviables en la naturaleza, y condenados por tanto a sobrevivir sólo como prisioneros nuestros [...] Lo importante es tratarlos al menos con el respeto debido a los internos en una prisión moderna y civilizada.»

Quizás habría que preguntarse qué supuesto delito han cometido los animales para ser nuestros presos de por vida. ¿Tenemos legitimidad en someter y destruir su libertad y sus vidas simplemente porque no son humanos?

La postura de Mosterín no parece coherente. Si estamos de acuerdo en que no está bien hacer daño a los animales por diversión o por costumbre, entonces no sólo deberíamos rechazar la tauromaquia sino también los mataderos y el consumo de animales en general, en tanto que todo esto es innecesario y supone causar sufrimiento a los animales sólo por tradición o por mero placer.


Esta postura de Mosterín representa la versión clásica del bienestarismo —la idea de que podemos explotar animales siempre que al hacerlo nos preocupemos por su bienestar. Esta forma de pensar es actualmente coincidente con la ideología predominante en la mayoría de activistas y organizaciones animalistas.

Resulta curioso ver que en otra entrevista, el propio Mosterín denunciaba explícitamente el prejuicio de base que radica en su propia forma de pensar:

«Hay una cosa que se llama el racismo y el nacionalismo, existe otra que se llama el especismo, y todas ellas son variedades de una postura irracional en cuestiones éticas que consiste en decir que los actos no hay que juzgarlos por sí mismos, sino en función del grupo al que pertenece el que los hace.»

Al igual que los defensores de la tauromaquia actúan sobre los toros de una manera en la que supuestamente nunca actuarían sobre seres humanos, Mosterín impone un criterio moral sobre otros animales que no considera correcto para los seres humanos. Esta discriminación es la que denominamos especismo. Este prejuicio permite y fomenta que infravaloremos los intereses de otros individuos sólo por pertenecer o no a determinada especie, ignorando así que todos somos igualmente seres sintientes con los mismos intereses básicos.

Mosterín se declara partidario de un «antropocentrismo compasivo» como el mismo reconocía en otra entrevista: «Estoy de acuerdo en que los hombres nos prefiramos a nosotros mismos, pero eso no significa que machaquemos a los otros animales.» En su época, el autor Oliver Goldsmith ya 
comentaba sobre esta peculiar forma de compasión: «Sienten piedad y se comen a los receptores de su compasión.»

En contra de la idea que defiende Mosterín, torturar a toros por diversión no es moralmente distinto a comer cerdos por costumbre. En ambos casos infligimos  daño a los animales sólo por obtener un placer. Mosterín se opone solamente a determinados usos de animales que a él no le benefician, mientras que acepta y defiende aquellos que entiende que sí le benefician, pero ningún uso de animales se puede justificar moralmente.

Si lo que de verdad deseamos es poner punto final a la violencia que los seres humanos infligimos a los demás animales entonces debemos hacerlo de manera coherente, porque sólo de esa manera no estaremos discriminando injustamente ni apoyando abusos contra los animales, que es precisamente en lo que incurre la posición de Mosterín.


No es coherente condenar la tauromaquia y no hacer lo mismo con el resto de usos a los que se someten a los toros. Prohibir las corridas de toros no supone ninguna diferencia para los toros: siguen siendo criados, manipulados y asesinados para beneficio de sus explotadores. No es coherente condenar la tauromaquia y no condenar igualmente el resto de usos de animales, puesto que todos ellos implican violencia sobre los animales.




No es coherente discriminar moralmente entre animales según su especie en tanto que todos ellos son seres conscientes y poseen los mismos intereses básicos. Por eso no deberíamos utilizar a ninguno de ellos como medios para nuestros fines sino que deberíamos respetarlos a todos como individuos a los que les importa su propia vida y bienestar y libertad, es decir, como individuos que poseen un valor inherente que no debe ser sacrificado por motivos instrumentales.

Si al menos estamos de acuerdo en que no está bien infligir daño a los animales por diversión o por costumbre entonces no sólo deberíamos rechazar la tauromaquia sino también los mataderos y todos el consumo de animales en general. Los usos animales que llevamos a cabo cotidianamente son tan innecesarios como la tauromaquia y suponen causarles daño y sufrimiento sólo por costumbre, tradición o por mero placer.

Podemos detener todos los abusos contra los demás animales haciéndonos veganos ahora y educando a otros en el veganismo.